El premier griego Antonis Samaras pide tiempo. Le urge convencer a sus conciudadanos de las bondades de los nuevos recortes. Pero ellos son duros en sus pensamientos, cerebros difíciles de roer. Están, parece, con las neuronas anquilosadas, nada quieren saber de las buenas nuevas que traen los conservadores.
Mientras, mentes brillantes y proteicas como la de Alexander Dobrindt, secretario general de la Unión Social Cristiana de Baviera, o Markus Söder, Ministro de Finanzas de la misma región, les caen encima con reproches. Dobrindt ve a Grecia «fuera de la Eurozona en 2013» y Söder se regocija en pensar la expulsión como castigo y ejemplo a los demás malos alumnos.
El jefe del Banco Central Europeo, Mario Draghi, es, según Dobrindt, un «falsificador de monedas«. Ante tanta blasfemia Angela Merkel y Horst Seehofer se ponen colorados. Reprenden a su coalicionista. Seehofer piensa, ingenuamente, que Dobrindt «no repetirá más esa palabra». En eso, el tiempo corre…
No hay tiempo. A principios de septiembre continúa el interrogatorio. La troika, algo así como una junta de paladines formada por el FMI, la Comisión Europea y el BCE, llegará con la lupa a Atenas, no sea cosa que se les escape algún billete. Samaras ya reunió 11.500 millones, le faltan todavía 2.000. Por eso necesita de la comprensión de sus súbditos.
La recesión ya contrajo al PBI griego en un 7% en lo que va del año. Adoptar las medidas, eso dicen, hará que el país vuelva a crecer (recién en 2 años). Eso es mucho tiempo, ¿no?